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sábado, 5 de diciembre de 2009

Cuentos de La Sauceda: La Tierra Agotada

La gama de colores fríos que envolvía el gélido ambiente de la mañana, cambió lentamente cuando la estrella que ilumina las tierras de los seres del bosque, se desperezó lanzando cientos de rayos.
Sin duda, sería un precioso día.
A diferencia de la anterior Ronda Solar, reunión anual de los antiguos miembros del Klan, en ésta, los dioses prohibieron a las nubes volver a derramar agua alguna en el encuentro. Ni siquiera se les permitió asomar sus suaves formas de algodón por el horizonte.
A primeras horas de la mañana los participantes hicieron acto de presencia entre saludos, abrazos, muestras de afecto y presentaciones al Klan. Luego vendría el banquete, el recordar hazañas pretéritas en compañía de licores, cantos, chistes, jarana.
Esta vez, el Viejo Puente esbozó con un gesto de desaprobación a la vez que se decía: “los caminos se harán intransitables…”, “seguro que pasada varias semanas, seguirán estando marcadas las huellas…”.
Era cierto, todo ser del bosque que tuviese fluido por las venas o por vaso de liber alguno, sabía que durante las próximas horas, la paz se ausentaría de allí.
Por el día, volverían los ruidos, las charlas, los gritos, las carreras. Hasta muy entrada la noche, “aquel murmullo machacón que tanto le recordaba las charcas de ranas…”.
De nuevo el Viejo Puente frunció la frente y se dijo:
…“el sonido del aire al pasar entre las hojas de los árboles, el raspajeo del chochín entre la hojarasca, el ladrido del corzo, o el sonido del zigzageante riachuelo bajando en busca del mar. Se perderían. Dejaré de oírlos. Dejaremos de oírlos, se corrigió.
Era cierto, el ruido causado por la concentración les afectaría. Claro que se irían al día siguiente, pero, harían tanto jaleo.
Pero sobre todo, al puente lo que más le incomodaba era, el que los que visitaban el bosque, siguieran sin reparar en la existencia de los seres pequeños. Aquellos que no necesitaban de tanto jaleo, aditivos, gestos ni aspavientos. Los que disfrutaban simplemente por el hecho de encontrarse, adentrarse en el bosque, vivir mil aventuras.
El puente se preguntó: ¿Por qué los mayores no se adentraban con ellos a escuchar el canto de la alondra, a buscar la anagalis entre la hierba, a humedecer los pies en alguna charca, …?
Bueno, pensó, siempre tendrán la compañía y los juegos de la La Dama del hongo multicolor y los hermanos Elfos.




















miércoles, 5 de noviembre de 2008

Cuentos de La Sauceda: El Poblado Invisible

Por aquel entonces, el pequeño puente de madera que salvaba el riachuelo, era testigo del trasiego de los cientos de personas que pasaban a visitar la ermita del deshabitado poblado.
Él mismo puente, al igual que un ser animado, era consciente de que nadie lo sabía ni se había dado cuenta. Ni siquiera los propios moradores de aquellas tierras. Aquellos que se jaleaban en grupo igual que ruidosos y maleducados gorriones. Ésos que escupían por sus bocas humo como si fuesen fogatas carboneras, los que sin saberse el para que, posaban de esta u otra manera como si fuesen escuadras de espantapájaros.
El puente, resignado y a veces divertido, observaba como a pesar del continuo trasiego, los mayores no tomaban conciencia de que en esas tierras habitaban los seres pequeños. Ésos que no se hacían notar, los que vivían inmersos en sus juegos y observaciones. Los que atentos al bosque y a sus habitantes sacaban de éste frutos y bayas, así como lo mejor que éste les ofrecía.
Ellos, los pequeños tenían su hábitat en uno de los mejores rincones posibles de las tierras sureñas. En lo más abrupto, hermoso y húmedo de la vieja comarca que en días ya muy lejano, fue puente, al igual que el que cruza el río, para los primeros pobladores de la tierra.
Y ahí, ocultos entre la hojarasca, en el hueco del quejigo, sobre el viejo tocón o camufladas entre musgos, umbiculus y hepáticas, era donde escondían ellos, los seres pequeños sus, diminutas residencias.


(Chano R. Muñoz)