En la orilla,
las olas, jugueteaban suavemente con mis pies y hacían que se hundiesen cada
vez un poco más. Éstas, a la vez que arrastraban la arena que quedaba entre sus
dedos creaban diminutos canalillos, riachuelos y meandros de sal y espuma
repletos de brillos del cielo.
Algunas
pulgas de agua furiosa y saltimbanqui picaban
aquí o allá; otras, huían despavoridas antes
de que el gigante moreno las aplastase. Mientras miraba relajadamente el horizonte, el intenso azul turquesa del mar y el sol hacía de las suyas en mi espalda, achicharrándome; una mano se posó en mi brazo:
- “Tengo una poesía que quiero que leas” (era Chus que se apuntó a venir a la playa ese día). Sin dejarme apostillar continuó diciendo: “y si te apetece, me gustaría que le pusieses una de tus imágenes”.
- ¿Y de qué va Chus? – Le pregunté.
- De sensaciones, de cariños, de mimos…
- Mmm… Y ahí me quedé hasta este día.
En verano, por aquello de vivir en la costa, además de
sentir alivio a la intensidad de sol, tengo el privilegio de poder oler la sal,
de percibir la brisa marina, de ver los colores cálidos de los atardeceres… Aquel
día, de la misma forma me sentí doblemente afortunado ya que disfruté con la compañía
de tres "MIMOsas" sirenas: Manuela, Mariajo y Chus.
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