Mientras el
rinrineo del teléfono se hacía notar insistentemente, a trompicones y con la
luz apagada fui dando tumbos por el pasillo. Al entrar en el salón, el
repetitivo y machacante sonido, había hecho mella en mí. Estresado, aceleré
el paso y me lancé a cogerlo antes de que sonara por novena o décima vez. Fue
entonces cuando al descolgar el auricular, sin prestar atención a la pequeña
mesilla que nos separaba, la fortuna me visitó regalándome un brutal y doloroso
golpe en la rodilla. Como pude, y a la vez que me manoseaba como un poseso, contesté
con la voz entrecortada:
-
¿Síííí….? - el clásico dígame que siempre le acompaña,
me lo tragué con lo un quejido y un puchero.
-
Hola
amor mío - al otro lado de la línea telefónica y ajena al percance que se había
producido, la voz de Chus, sonaba cálida, acogedora y profunda.
Entrecerré
los ojos e inspiré fuertemente creyendo que con ello aliviaba el dolor. Sin
embargo éste se encontraba en ebullición, manteniéndome perdido entre el
sufrimiento y el goce. A mi mente se me vino la absurdez del refran “sarna con
gusto no pica”; después de todo, me había dado en el hueso del gusto.
-
¿Estás
ahí? –pregunto
-
¡Sí,
sí, estoy! hola Chus.
-
¿Te
sucede algo?
-
No,
no que va...
Tres días
antes, Chus (www.chusfeteira.com) me había mandado un correo con un archivo adjunto de uno de sus
últimos alumbramientos poéticos.
En él, me
pedía que le diese mi opinión, a la vez que solicitaba de mi colaboración para presentar
al público a la criatura. Quería que fuese acompañada con una fotografía, y esta
decía: "tienes que hacerla tú."
No era la
primera vez que Chus me demandaba ayuda. Desde que me auto presenté después de
haberla oído recitar sus poemas en la plazoleta de San Isidro; ambos habíamos cooperado
el uno con el otro. Incluso nos
habíamos planteado hacer cosas juntos.
Volví a abrir
el correo y releímos junto el poema. Le dije lo que opinaba, lo que me trasmitió
la primera vez que lo leí, y le pedí que me la leyese. Quería sentir la
fuerza de lo escrito desde su propia voz.
Sabía que con ello, aún si cabe más, la poesía se crecería.
Hablamos de
como fue la concepción; de la percepción que tuvo un día en una de sus guardia,
allá en urgencias donde trabaja. Del cómo y sin palabras, tuvo entendimiento,
comprensión y mucho de sensibilidad y afecto
para quien queriendo ocultar lo evidente, hacía esfuerzos aún más dolorosos para
mantener el anonimato del sufrimiento -a saber por qué motivos- .
Hablamos de
la vileza del ser humano, de la maldad, del maltrato en todos sus tipos y
formas, del la crueldad del dominante, así como de la capacidad de aguante y
terror del ser agredido.
Hablamos de
la capacidad de destrucción que tienen las personas para con los demás, para
consigo mismo.
Tres
semanas han pasado desde aquella conversación, y aún hoy sigo teniendo un tono
azulón en la rodilla; aunque ni me duele ni
me importa. Sin embargo, se me viene a la mente el sufrimiento de mujeres
como aquella que llegó llena de marcas y magulladuras externas e internas. Golpes estos que dejan huellas mucho más dolorosas,
mucho más profundas. Esas que ni
pasando días, semanas, meses o años, desaparecerán. Marcas que no se borrarán nunca.
(Chano R. Muñoz)