Así, sin más y con poco tiempo para réplicas, me dejó Enrike tras llamarme a las ocho de la tarde, un viernes del pasado mes. Habíamos previsto que nos veríamos a la hora del almuerzo del sábado. Sin embargo, a sabiendas éste que me atraería hacer fotos del nuevo puente que se estaba construyendo en Cádiz; le propuso a su hermano (todo un lobito de mar), sacarme a dar un paseo en el “Duermevelas”, el velero de Juan, por la otra gran bahía de Andalucía.
Soltamos amarras y nos adentramos en el aún negro amanecer, con la vista atrapada en el titilante brillo de las luces de las poblaciones del otro lado. La azulina luz de la mañana, retrocedía empujada por los primeros rayos del astro rey que acariciaban el horizonte, a la vez que dibujaba una delgada e hipnótica línea dorada. El día prometía ser venturoso.
A la salida del puerto, el dios Eolo, no mostraba aun el regalo que me tenía previsto para esa jornada. El frío viento de poniente me tenia congelada las "entendederas" y no fui consciente del envenenado regalo divino. Por lo que confiado en las barandillas de protección y en el leve movimiento con el que el mar nos mecía, di mis primeros pasos sobre la borda del velero. Más tarde llegó el momento de tomar conciencia del auténtico regalo: olas de 3-4 metros con las que nos encontramos al llegar a la bocana de la bahía. Éstas harían que me agarrase al mástil como un poseso. Cara, cámara y el resto del cuerpo salpicado de mar, a la vez que el estómago a la altura de la barbilla, me hicieron tomar conciencia de no estar hecho para mí, navegar a saltos. Ni menos, montar en olas que no sean aquellas que las de las atracciones de las ferias antiguas.
Aún así, la experiencia repetible. La opción de conocer desde el mar abierto la otra cara de Cádiz, captar la evolución del puente del Centenario (puente de la Pepa, para la gente de la ciudad) y observar las capturas ahora conseguidas; harán que me agarre los machos y tire “palante”. Independientemente de no ser la misma clase de cosquillas las que me producen las olas que provoca el dios soplador, que las de las otras olas conocidas.
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